Reflexiones desde la experiencia de atención sanitaria territorial en Trieste
A modo de introducción…
Hay cierta lectura izquierdista que nos dice que, cuando a finales de los años 1960 y 1970, los movimientos sociales arremetieron contra las instituciones totales del orden fordista (la fábrica, el manicomio, la escuela, el hospital…) como lugares de encierro, lo que hicieron fue derribar unos muros que sin duda nos encerraban, pero también nos protegían del flujo deprededador del capital. Este análisis arrepentido despierta una nostalgia de tales instituciones como lugares de protección, seguridad y comunidad que prende con facilidad en estos tiempos de crisis radical de los cuidados y de desmantelamiento neoliberal, en Europa, de los sistemas garantistas de bienestar.
Sin embargo, se trata de una lectura retrospectiva que hace a todas luces trampas: falsea la historia, recogiendo solo el impulso crítico de aquellos movimientos, su faceta de ataque contra los muros. Queda así olvidada u oscurecida toda la radicalidad práctica, la invención de otros modos, públicos-sociales, de hacer bienestar y cuidado que, en algunos casos, perviven hasta hoy y nos ofrecen un hilo vivo desde el que resistir a la embestida neoliberal: lejos de la nostalgia, en un quehacer que no rehuye las contradicciones, sino que las cabalga, las elabora y las empuja hacia adelante.
Este es el caso de los movimientos de renovación pedagógica que sacudieron los modos de entender la educación en toda Europa, en diálogo y conexión con la educación popular latinoamericana. Aquí, el ataque a la escuela fordista como violenta institución contra la infancia (y contra las clases populares en lo que tenían de populoso) iba de la mano (o incluso habría que decir precedido, en ciertos casos algunas décadas) de la creación de otros modos de hacer escuela: espacios donde las niñas y niños eran protagonistas de su propio aprendizaje, reconocidos en su singularidad y dignidad, en el marco de una comunidad abierta, hecha de maestros/as, familias, vecinos, trabajadores no docentes, etc., que incorporaba a los propios procesos de aprendizaje las problemáticas a las que se enfrentaba, como motivos de investigación y reflexión: por poner un ejemplo, la imprenta escolar, donde los niños y niñas escriben sus primeros textos sobre lo que les sucede y lo que sucede a su alrededor, se convierte en un instrumento esencial para el aprendizaje de la lectoescritura. En ella, las criaturas empiezan jugando con las letras, para acabar escribiendo sus propios artículos de análisis de la realidad.
Tras la explosión creativa inicial, que vio florecer multitud de experiencias educativas, no vino el desierto. Los movimientos de renovación pedagógica dejaron un rastro, menos prolífico que en los comienzos, pero vivo: podemos verlo en la práctica de muchos maestros vinculados entre sí a través de diferentes foros y modos de asociación y en algunos centros y redes de centros. Este es el caso de la red pública de jardines de infancia de la región italiana de Reggio-Emilia, pero también en colegios como el Palomeras Bajas, el Manuel Núñez de Arenas y el Trabenco, en la Comunidad de Madrid, donde la construcción de alternativa no pasa por la generación de experiencias elitistas, apartadas, sino dentro de la red de centros públicos de educación primaria, compartiendo contradicciones y presiones con otros tantos centros públicos: de esta manera, no se renuncia a dar la pelea por otras formas de lo público, sino que esta batalla se libra, de modo concreto, dentro y contra –desde las prácticas, demostrando que otros modos de hacer son posibles y haciendo de la res publica res comunis, cosa no solo de los gestores de lo público y de sus corporaciones técnicas, sino de todas y de todos, al menos tendencialmente.
Un recorrido parecido puede identificarse en el caso del sistema de salud en Trieste, donde la crítica que lanza Franco Basaglia en los años 1960 y 1970 contra el manicomio como violenta institución creadora de locura, se traduce en una práctica constante de “desinstitucionalización” que, articulada sobre la consigna “la libertad es terapéutica”, se extiende también hasta el presente1. No se tratará, como tantas veces se ha dicho desde el relato oficial y como de hecho sucede en otras geografías2, de abandonar a los locos a su suerte, de dejar el problema de la locura en manos de las familias, sin apoyo ni herramientas, sino de acabar con el encierro tanto del loco como del técnico: es decir, de romper el vínculo necesario entre sufrimiento psíquico y peligrosidad, pero también entre saber médico e intereses corporativos y de control del cuerpo social. Y esto no por la vía del desentendimiento del técnico, sino apostando por el desarrollo de una red fuerte de servicios que trasladará el saber y la responsabilidad técnica al territorio, poniéndolos a disposición de los sujetos más vulnerables, generando “instituciones inventadas”, abiertas, capaces de prefigurar otros modos de organización social del cuidado con el objetivo fundamental de sostener la “libertad constitutivamente difícil de la vida urbana”3.
Por lo tanto, en Trieste (región de Friuli Venezia Giulia), pero también en otras regiones italianas como Trentino Alto Adige, Toscana, Emilia Romagna, Umbría y, más recientemente, Campania, Sardinia y Apulia, la desinstitucionalización de la psiquiatría lleva a la invención de diferentes servicios de atención a la vulnerabilidad, desde el respeto de la singularidad, pero también desde el hacerse cargo del sufrimiento psíquico y de otros modos de sufrimiento: nada más lejos, en fin, del “abandono del loco” –más bien, vínculo, alianza técnica e íntima con el “loco” y su entorno, para una co-producción de nuevas políticas públicas del cuidado. Servicios, por supuesto, plagados de contradicciones, pero que, en su propio apertura, se abren al trabajo de la contradicción.
Entrar Afuera es la traducción al castellano de una de las consignas del movimiento basagliano de destrucción del manicomio y de creación de otros modos de hacer salud. Entrare fuori significa volverse loco, pero también entrar al afuera, es decir, a ese vasto terreno de las complejidades urbanas, para hacer salud desde ahí, para poner el saber médico a disposición del afuera de la institución, del territorio, de la vida urbana. Y, sin duda, para ello, hay que devenir un poco loco, conectar con ese sufrimiento psíquico que la normación fordista encasilla y produce como locura. Haciendo, pues, homenaje a esta intuición creadora, Entrar Afuera es el nombre con que hemos bautizado una investigación que pretende rastrear el hilo vivo de las instituciones de cuidado (de la salud, de la educación, de la vida…) inventadas al calor de los movimientos de crítica institucional de los años 1960-1970 y que mantienen una innegable (aunque invisibilizada) vitalidad en el presente. Rastrearlo y ponerlo en diálogo con iniciativas y movimientos más jóvenes que, ante las embestidas neoliberales contra las instituciones de bienestar, se han lanzado a la autogestión, la desobediencia, la crítica. Porque, en palabras de otro de los protagonistas del movimiento de desinstitucionalización, Franco Rotelli, la única manera de defender de verdad los sistemas públicos de salud, educación y cuidados europeos es transformándolos, rompiendo su corte corporativo-excluyente y poniéndolos al servicio del bienestar común: en definitiva, retomando un lema de la marea verde por la educación pública, haciéndolos de todxs, para todos, con todxs.
Dentro de este esfuerzo de rastreo y puesta en diálogo, proponemos para este volumen sobre cuidados, común y comunidad una conversación entre dos figuras ligadas al sistema triestino, Franco Rotelli y Giovanna Gallio.
Franco Rotelli, psiquiatra, íntimo colaborador de Franco Basaglia, será artífice directo del cierre del Hospital Psiquiátrico de Trieste y de su transformación en un sistema de Servicios territoriales de Salud Mental. Dirigirá estos servicios durante casi dos décadas, se empleará luego en la reorganización de los servicios públicos de salud mental en la región de Campania, para pasar más tarde, de vuelta a Trieste, a la dirección de la Agencia Sanitaria Local y, por último, a la presidencia de la Comisión de Sanidad y Políticas Sociales de la Región Friuli Venezia-Giulia. Su recorrido biográfico, del manicomio a una institución que aúna servicios sanitarios y sociales en el cuidado integral de la salud, refleja ya una concepción muy singular de la misma.
Por su parte, Giovanna Gallio, filósofa y antropóloga vinculada a la comunidad basagliana desde finales de la década de 1960 y activa participante en los debates europeos de crítica psiquiátrica de los años 1970 y 1980, pone en marcha en 2010 un proyecto de “medicina narrativa” centrado en dos pilares del sistema triestino. El primero son los Distritos Socio-Sanitarios, creados en 2005 por el propio Rotelli. Se trata de un mecanismo de conexión entre servicios sociales y servicios sanitarios, buscando una continuidad que promueva la salud más allá del hospital, en un intento de traducir el enfoque basagliano de la salud mental al sistema sanitario general. El segundo es el Programa de Microáreas, un prototipo de cuidado integral producido en 2006 alrededor de y con los ciudadanos. El programa, que interviene en pequeños territorios de entre 500 y 2000 habitantes, es, en palabras de Franco Rotelli, un pez piloto: conecta espacios sin muros, de uso común, abiertos a dinámicas de autogestión, con un saber técnico, sociosanitario, puesto a disposición de las necesidades de los usuarios, a partir de la complejidad misma de su vida, de la vida de cada uno y de los barrios en los que se insertan las microáreas. La intención es forzar la práctica biomédica y experimentar cómo se conecta la responsabilidad institucional hacia la vulnerabilidad con la vida cotidiana de la ciudad.
Hacer salud, tal es el nombre del proyecto de medicina narrativa, se propone justamente relatar, con las voces de los protagonistas, la práctica médica de Distritos y Microáreas, siguiendo el desafío que implica, en Trieste, desde hace años, a trabajadores sanitarios en el desarrollo de una medicina arraigada en los lugares, las casas, los hábitats sociales. La idea central es abrir un laboratorio para experimentar nuevos modos de narración de la enfermedad capaces de reflejar y recoger los contenidos y las metodologías de la intervención territorial. Reconstruyendo la historia de casos particulares, estableciendo contrastes entre el lenguaje de los procedimientos sanitarios y la complejidad de las prácticas, se ponen en evidencia aspectos específicos que diferencian la medicina comunitaria de la medicina hospitalaria.
Esta entrevista, titulada originalmente “Servicios que entrelazan historias”, forma parte de la publicación con la que se cerró el proyecto. La guinda es un manifiesto firmado por Franco Rotelli por la ciudad social. Añadirlo aquí es una manera de decir, con él, que uno de los mayores potenciales de las experiencias prácticas de hacer salud que encontramos en Trieste estriba en la interpelación que lanzan a los sistemas de bienestar europeos y a sus profesionales. Porque los peces piloto no pueden ser la flor que embellece a los monstruos (del hospital psiquiátrico reeditado, la residencia geriátrica, el centro de menores), sino guías que nos señalan otros caminos a seguir para hacernos cargo colectivamente de la vulnerabilidad humana.
Entrar Afuera4
Madrid, abril de 2017
El texto fue publicado en Cristina Vega et. al., Cuidado, comunidad y común. Experiencias cooperativas en el sostenimiento de la vida, Traficantes de sueños, 2018.
Notas
1 Una nota de presentación para quien no lo conozca: Franco Basaglia (1924-1980), psiquiátra y neurólogo italiano, constituye un símbolo de la revolución contrainstitucional en el mundo de la psiquiatría. Como director del Hospital psiquiátrico de Gorizia, empieza a eliminar las múltiples prácticas de maltrato naturalizadas dentro de los manicomios (contención física, terapias de electroshock, encierro en celdas de los internos, etc.), así como a introducir otros modos de tratamiento, como las comunidades terapéuticas. Corren los vientos de cambio de la década de 1960, las inspiraciones son muchas (Michel Foucault, Erving Goffman, Maxwell Jones, David Cooper…) y Basaglia se siente particularmente sacudido por la violencia que descubre oculta tras las verjas cerradas de aquel hospital. De Gorizia pasará al Hospital psiquiátrico de Parma y finalmente a Trieste, encontrando cada vez más aliados y profundizando la radicalidad de sus prácticas y de su discurso. En 1978, Basaglia impulsa la redacción de la Ley 180 (también conocida como Ley Basaglia), que decreta el cierre de los manicomios, reconoce derechos a las personas con crisis psíquicas e impulsa una transformación del modo de entender y abordar estas crisis desde las instituciones sanitarias. La ley no tendrá una aplicación homogénea en Italia, pero sigue siendo hasta el día de hoy un marco de referencia y apoyo para el movimiento de democratización de la psiquiatría y por la dignidad de los mal llamados locos.
2 Sobre el curso de la “desinstitucionalización” en España, véase el recorrido de Alfredo Aracil, “La otra memoria histórica. Apuntes para una psiquiatría destructiva”, publicado inicialmente en El Estado mental, y ahora accesible en: http://madinamerica-hispanohablante.org/apuntes-para-una-psiquiatria-destructiva/.
3 Así lo enunció bellamente en una conversación Mariagrazia Giannichedda, presidenta de la Fundación Franca y Franco Basaglia y estrecha colaboradora de ambos desde los inicios.
4Entrar Afuera es un colectivo de investigación formado por Marta Pérez, Francesco Salvini, Irene Rodríguez Newey y Marta Malo. http://entrarafuera.net