Nuestra casa es otra


En este texto hemos participado ocho personas: todas hemos parado por La Villana de la calle Montseny, un centro social del barrio de Vallecas en Madrid, que en septiembre de 2024 se muda a otro lugar del barrio, la plaza Amós Acero. Además, cada cual ha participado – algunas también juntas – en el Grupo de Afectadas por la Exclusión del INSS, en Yo Sí Sanidad Universal, en ATD Cuarto Mundo, en Entrar Afuera, en los centros de salud Vicente Soldevilla, Martínez de la Riva y Rafael Alberti de Vallecas, en el Centro de Salud Comunitaria de Puente de Vallecas, y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Traemos con nosotras una superposición de tiempos y espacios, de saberes, una cadena de deudas raras y celebradas, unas biografías colectivas muy abigarradas y cargadas… y esa emoción que da lo nuevo, que nunca es nuevo del todo, pero que sí es otro.,

NUESTRA CASA ES OTRA

Leticia Ponce, Nacho Revuelta, Marta Pérez, Jasmine McGhie, Daniel García, María José García, Irene Arquero e Irene Rodríguez Newey

Este texto cuenta algunas historias de las veces que hemos inventado el derecho a la salud desde las calles de Vallecas: esas historias que se nos vuelven a meter en el cuerpo cuando caminamos por las aceras del barrio, yendo de un lugar a otro para hacer vida.

La distancia entre el nuevo local de la Villana en Amós Acero y el centro de salud Vicente Soldevilla es de 46 pasos. Es una medida rotunda: están muy muy cerca. Pero es un mundo entero de historias por hacer. Sabemos que la cercanía no significa ni hace nada por sí misma: lo sabemos porque ya hemos caminado juntxs las distancias que separan a una institución social como la Villana de una institución pública como un centro de salud.

En todos esos caminos hemos ido aprendiendo que para hacer casa común, además de atravesar separaciones, tenemos que preguntar por las consecuencias. Tomamos aquí las palabras del psiquiatra triestino Franco Rotelli: ¿cuándo se derriban los muros, qué puentes se crean? Para hacer espacio compartido del centro de salud y el centro social, todxs necesitamos desplazarnos del lugar dado, y dejar brotar la generosidad: una-otra casa que es nuestra no por propiedad sino por abierta, imprevisible, nunca del todo definida o mesurable, apropiable.

Otro espacio-tiempo: para contar las historias en las que hemos luchado para que esa distancia entre barrio y centro de salud no sea infranqueable, en las que hemos horadado muros para ir caminando de un lugar a otro como si fueran estancias de una casa común, tenemos que desordenar el tiempo cronológico, que en la sanidad pública de Vallecas es además el tiempo del expolio. Hay otro tiempo, enredado, que conecta momentos apartados y los acerca: puebla las distancias con historias rebosantes de invención, en su empeño por acoger fragilidades y proliferar autonomías. Necesita tirar del hilo de las violencias para dar cuenta de la cadena de decisiones cronológicas, mecánicas, maquínicas (Raunig)1, que normalizan o excluyen, normalizan y excluyen. ¡Pero cómo entra ahí la socialidad! Interrumpe, corta, despieza; remienda el hilo y no lo suelta, sigue con el problema (Haraway)2.

Desasosiego y desesperación, son las primeras emociones que me vienen a la mente al recordar aquel día en el que conocí La Villana: el derecho de mi madre y de mi padre a acceder al Sistema Nacional de Salud, había sido denegado. Ambos se hallaban en Madrid desde hacía unos pocos días; yo, su única hija, había conseguido terminar, por fin, el proceso de reunificación familiar.

Arribé a España en el año 2002. En Cuba, era profesora de la universidad y vine, con una beca de una universidad hispalense, a cursar unos estudios de doctorado. Conocí a alguien, nos enamoramos (o mejor dicho, yo, me enamoré). Volví a mi país, y en el 2003, regresé a Sevilla a terminar mis estudios. Decidimos continuar nuestra relación; cuatro años después y con un niño maravilloso de dos añitos, me separé por violencia de género. Trabajé como empleada de hogar, teleoperadora, cuidando niños, y además, hacía voluntariado en la Fundación Ana Bella, aquella que fue condición indispensable, junto a los Servicios Sociales de Mairena del Aljarafe, para que pudiese escapar de la situación de violencia. Hasta que conseguí trabajo en Madrid. Mi hijo y yo nos instalamos en esta comunidad en el año 2007.

Enfrenté: la violencia y humillación del hombre del que me había enamorado, mi proceso de maternidad, la separación, el cuidado y educación de mi hijo, con el acompañamiento y el sostén de mucha gente, dicho sea de paso, de algunos hombres pero sobre todo de muchas mujeres; sin embargo, con la ausencia de mis padres y de mi familia, con los que siempre me ha unido una fuerte red de cariño y cuidados mutuos. Y cuando por fin, con el apoyo incondicional de mi actual pareja, logro reagruparlos, al realizar el trámite del permiso de residencia, nos encontramos con más trabas burocráticas; trabas que en sí mismas constituyen fuentes potenciales de un sufrimiento incalculable. Un camino que, en principio, y llegados a este punto, debía ser sencillo, pero nos enteramos de que teníamos que presentar la constancia de la cobertura sanitaria. En una oficina de la Seguridad Social, nuestra muy desagradable sorpresa, que desde el 2012 las y los ascendientes reagrupados por sus hijos e hijas con nacionalidad española, no se les reconocía (y se sigue sin reconocer) el derecho a la atención sanitaria pública.

Buscando en internet, literalmente angustiados, nos encontramos con Yo Sí Sanidad Universal. A lo largo de mi vida, he identificado a varias “ángeles de la guarda”, algunas ya mencionadas aquí, y Yo Sí es una de ellas; La Villana, ese espacio material en el que nos abrazamos. Así, de asamblea en asamblea, de juicio en juicio, de alegría en alegría, pero también de tristeza en tristeza, La Villana devino en refugio; de cierta forma significó el hogar en el que nos arropábamos en un momento tan doloroso para todas las vidas que se entrecruzaban allí. Descubrimos personas maravillosas. La solidaridad y la hermandad eran consustanciales a la dinámica que se generó, se respiraban en cualquier rincón. Recuerdo con cariño la fiesta que organizamos para recoger fondos, un concierto precioso, una conversación en la puerta, que mi pareja y yo entablamos con un activista de la PAH, las risas (y después la desolación compartida) cuando emprendimos aquella campaña en la que filmamos un vídeo para denunciar que una resolución judicial del Tribunal Supremo, como al final acabó ocurriendo, podría dar al traste con más de 80 resoluciones en primera instancia a favor del reconocimiento del derecho a la sanidad pública de los y las ascendientes reagrupadas. Momentos desgarradores, pero, por fortuna, acompañados del calor colectivo, con el solo interés de luchar por los Derechos Humanos”.

Ángeles de la guarda, activistxs, profesionales sanitarixs, participantes en La Villana, vallekanxs, personas afectadas por la exclusión sanitaria, por la precarización de los centros de salud… todos son lugares desde los que se puede escribir en este texto: una sola persona puede transitarlos todos, y más, para contar cómo vive y cuida. Es precisamente ese estar “entre”, dentro y fuera, entrando afuera, lo que define mejor cómo lxs que hemos participado en La Villana desde las luchas por la sanidad universal y pública reconocemos el valor de tener una casa donde pensar juntxs cómo derribar muros en/con los centros sanitarios: porque lo público solo no puede, porque lo público, para ser democrático, se debe a lo social3.

En 2012 acudí a una reunión convocada por la gente de Ferrocarril Clandestino para dar respuesta a la ley de exclusión sanitaria. Me movía, como a las demás, la indignación y el convencimiento de que la objeción de conciencia y la desobediencia a la nueva ley era una respuesta legítima y necesaria, tal vez la única respuesta con sentido. En los siguientes días pusimos en pie Yo Sí Sanidad Universal, y de eso han pasado casi doce años.

Me cuesta echar la vista atrás y poner nombre a lo vivido, las historias personales se mezclan con el activismo. El sufrimiento y la dignidad de las personas y familias del que hemos sido testigos se confunde en el tiempo con el hastío ante la indiferencia de la administración y las mentiras y la manipulación de los políticos. Los pequeños éxitos obtenidos sorteando las barreras de la exclusión palidecen ante el terreno ganado por el discurso que despoja al “otro” de su condición humana y lo reduce, enfermo o no, a una situación administrativa, legitimando la negación de sus derechos.

La historia de Yo Sí es una historia de vidas enredadas, de aprendizajes compartidos, de nuevos saberes construidos. De pedazos de vida gastados en interminables asambleas, manuales de desobediencia, grupos de acompañamiento, talleres, ágoras, ruedas de prensa, informes, videos, acciones de calle, reuniones con partidos políticos o con el Ministerio…

Pero es también la historia de los lugares que nos acogieron. El Patio de la calle del Pez, la Morada, la Ingobernable, la Canica, La Horizontal, la parroquia de San Lorenzo y tantos espacios vecinales y asociaciones donde se juntaron los grupos de acompañamiento. Espacios que nos dieron soporte y que, de uno u otro modo, pasaron a formar parte de la lucha contra la exclusión. Cada vez que un espacio cayó, otros (otras gentes) nos abrieron los brazos.

La Villana viene formando parte de esta historia desde hace unos cuantos años. Primero poniendo en marcha un grupo de acompañamiento para ayudar a las personas del barrio a sortear las barreras de la exclusión. Más adelante, acogiendo las asambleas de Yo Sí y al Colectivo de Afectadas por la exclusión del INSS. En la Villana hemos acogido a familias afectadas por la exclusión, hemos debatido, compartido aprendizajes, diseñado campañas y grabado vídeos, hemos festejado…

Desde mi ventana como médico de familia en un centro de salud de Vallecas también he sido testigo de la “presencia” de la Villana como un activo de salud en la vida de las gentes del barrio. La Villana, y las villanas, han dado soporte para empadronar a mujeres a las que se les negaba la atención sanitaria por carecer de padrón. Familias de mi consulta han defendido su derecho a la vivienda desde la PAH, y otras acudieron a la Villana para subsistir cuando las administraciones renunciaron a proteger a las más vulnerables en los primeros meses de pandemia. No es sólo que las luchas se entrelacen en torno a un lugar que les da cobijo, es que, demasiado a menudo, las necesidades que las suscitan recaen en los mismos cuerpos.

Escribiendo estas líneas tomo conciencia de que La Villana nos ha dado algo más, algo difícil de medir, pero de enorme valor, nos ha permitido “formar parte”. En estos años en los que Yo Sí se ha hecho más pequeño, desgastado por los años de activismo, formar parte de algo más grande, de un lugar habitado por otras gentes y otras luchas, nos permite coger aire. La historia de la Villana y sus gentes, el proyecto de la Villana y su relación con el barrio nos da la oportunidad de enredarnos con otras en la construcción de un futuro soportable.

Otra deuda: frente al robo y al expolio, que produce y explota la desigualdad, nuestras historias se cuentan mejor alrededor de la imagen de la deuda queer, tan bien dibujada por Stefano Harney y Fred Moten en Undercommons4. A las reclamas por toda esa salud que nos deben, y por toda esa sanidad que nos roban, les acompañan las historias de otras deudas, esas que pasan entre nosotras como afecto, como organización: la precarizada le debe a la acompañante, que le debe a la sanitaria, que le debe a la activista, que pasa por una fiesta en La Villana y se le abre un mundo gracias a una participante en la PAH. Cadenas de deudas inconmensurables, impagables, que no se deben ni se quieren perdonar ni devolver, deudas raras, queer… Porque la deuda aquí – nuestra deuda- no es deber ni culpa, es vínculo, “se activa como principio de vida social” (Harney & Moten). Leyendo a Harney y Moten, Isabel Lorey5 reescribe esta deuda como un “tejido proliferante de relaciones y dependencias” entre un “público fugitivo que no relega a nadie a su lugar” (médica, enfermera, activista, afectada, paciente, cada cual en su lugar) “sino que ocupa los lugares sin dividirlos” (todo a la vez, un cuerpo, los cuerpos vinculando todos esos lugares). Y deuda impagable también, dice Lorey, en otro espacio-tiempo, el nuestro propio desordenado: “deuda íntima y en la distancia” con las otras luchas del pasado, cuando se caminaron esos 46 pasos de distancia entre prácticas de salud y socialidad, cuando se construyó un futuro anterior que hoy nos dice que lo que imaginamos, de alguna manera, ya fue posible.

Bajando por la calle Sierra de Alquife, se divisa el parque Amós Acero, con la grada y la plaza circular, el bulevar que la sigue y su desembocadura, en la margen izquierda, en el edificio de ladrillo naranja que ocupa una manzana: el centro de salud Vicente Soldevilla. Dani contaba que a principios de los 90, lxs médicxs salieron a tomar la tensión a la gente del barrio y se dieron cuenta de que el problema era la vivienda. El documental “Vivir en San Diego”6 lo grabaron algunxs de los que trabajaban en el centro. “Caserío de muy baja calidad”, “aceras estrechas y ausencia de espacios verdes y de juego” para lxs peques, “y de sociabilidad en general” para la gente, son algunas de las frases que acompañan a las imágenes de 1994, en un vídeo que el Consejo de Salud de Palomeras ofrece a lxs vecinxs como una propuesta de diálogo en 2014.

La rotundidad de las evidencias que el marco de los determinantes sociales de la salud pone sobre la mesa es incontestable: entramos a algunas casas de vecinas que muestran las tremendas humedades, que cuentan que no tienen cocina y comen crudo, que comparten cómo duerme una familia de 6 en una casa con un solo cuarto. Vemos todo eso y sabemos que no puede ser bueno para la salud. Ángela Uriarte, médica, señala que el objetivo que tiene, mirando al barrio desde ese marco, es “ayudar a que la gente no enferme, y que una vez que enferme se encuentre en las mejores condiciones” (y para eso los sanitarios) “tienen que ayudar a la gente a cambiar sus condiciones de vida” (y la gente ha de agruparse) “para organizarse y defender los problemas que son colectivos”.

Esta combinación entre profesionales de la salud que incorporan lo social y vecinxs organizadxs para reclamar derechos conecta con fuerza 1994 con 2024. ¿Cómo traducimos hoy esa relación entre condiciones de vida de la gente y salud? Estamos en un contexto en el que: 1) la mirada a lo social desde lo sanitario tiene que pelear con tendencias que reindividualizan, traduciendo la complejidad en escalas que arrojan indicadores de “vulnerabilidad” y de “estilo de vida saludable”; 2) los movimientos sociales luchan por derechos básicos como la vivienda o el acceso a la sanidad desde todos los frentes y, en ocasiones, acogen situaciones derivadas de los propios servicios públicos, que no encuentran la manera de abordarlas; 3) parte de la gente del barrio, cuando cae enferma, no puede ver a un médicx porque no la dejan porque no tiene tarjeta sanitaria; otros que sí podrían no salen de casa porque no tienen ascensor y no se pueden mover bien, y no están tan enfermos como para recibir una visita sanitaria a domicilio, pero están solos y no se encuentran bien; 4) a día hoy, un centro de salud como el Vicente Soldevilla, que cubre una población compuesta por 30.000 personas, solo tiene cinco médicxs en la mañana y ninguno en la tarde.

De modo que se nos antoja vital encontrar otra forma para ese marco de los determinantes sociales de la salud: una propia y ajustada a lo que estamos viviendo, a lo que hemos aprendido, y a lo que está por venir. Una 1) que nos incluya a todxs: ¿no es trabajar a destajo y a la vez sin sentido, con una lista de pacientes para ver una cada dos minutos, algo malo para la salud? ¿no es la institución pública la que enferma?; 2) que empuje la necesaria objetivación de los determinantes sociales de vuelta a la realidad compleja, a las prácticas y decisiones políticas que hacen o deshacen salud y cuidado. Por eso hablamos de “determinantes políticos del derecho a la salud”: porque el expolio de la vivienda y la sanidad es resultado de decisiones políticas, pero liberar tiempo de la consulta individual para salir a las calles y casas del barrio cámara en mano con lxs vecinxs es un común-gesto-político; 3) que vire nuestro gesto también hacia la institución en el territorio, hacia el centro de salud: porque seguir con esas visitas a domicilio, y ponerse a inventar una práctica cotidiana y pública que las sostenga, relacionando, contaminando lo sanitario con lo social, es política: esa forma que nos damos de vivir juntxs y cuidarnos, de no soltarnos7.

Volvamos a “Vivir en San Diego”: ahí están, ya, de alguna manera, esas “vidas más libres” que imagina Juan Luis Ruiz Jiménez al final del documental; una riqueza social, de relaciones, de reflexiones, de prácticas, que devuelve a la institución pública la pregunta sobre sus propias riquezas. Prestemos atención a la maravillosa risa de Consuelo Ruiz cuando cuenta a la cámara cómo consiguió su casa: “tengo que decir que la casa donde vivimos nos la hicieron en una noche, porque eran esas casas que no se podían hacer y en una noche nos la hicieron y al día siguiente cuando llegaron los guardias estábamos metidos dentro”; a la claridad con que una vecina mayor, cuyo nombre no sale en el documental, afirma el cuidado en el barrio: “yo no quiero ir a una residencia”; a la ironía con la que acompaña otra vecina, también sin nombre en el documental, su análisis de los determinantes políticos del derecho a la vivienda y a la salud: “¿Usted cree que a mí me van a dar una casa nadie? Ni soñarlo, ni Felipe ni San Felipe, a nosotros no (…)” y luego, comentando sobre su baja pensión, añade: “y con eso, todos tenemos que guardar un régimen, atiza, tú dime”.

¿Qué puede hacer el trabajo en salud desde un centro público para pensar/actuar con lxs vecinxs las luchas ya en marcha por la vivienda, por el acceso universal a los servicios públicos? Ser sanitarix en el centro de salud y participar en las luchas fuera del trabajo no responde, por sí mismo, a esa pregunta; tampoco lo hace el ejercicio de la derivación, cuando ante problemas que evidentemente no son clínicos, se saca a la persona del ámbito de responsabilidad de lo sanitario y se la ubica en otro “recurso” social. Si lo social sufre y pelea la vivienda, o la exclusión sanitaria ¿qué puede hacer el centro de salud como institución pública para asumir esas tareas comunes? ¿Cómo esa riqueza social de las luchas empuja a redescubrir la riqueza del centro de salud? Informes sanitarios, sociales, empadronamientos para luchar cuando nos quitan la luz o la tarjeta sanitaria; autoformaciones cruzadas sobre derecho a la salud, prescripciones sociales sustentadas en peticiones de fondos para programas conjuntos de acompañamientos y visitas domiciliarias sociosanitarias, para apoyo a la compra de productos frescos del BAH, de la Despensa, o de comida cocinada con cuidado en el Ambigú… la lista se multiplica, crece diversa, concreta y abundante. Y así acabamos bajando por Sierra de Alquife, divisando el parque Amós Acero y, en la margen izquierda del bulevar, La Villana y el Solde, esa casa que construimos y cuando llegaron los guardias, estábamos metidxs dentro.

Otras listas: existe una inquietud, una preocupación generalizada en relación a la situación que atraviesa la sanidad pública y en particular la atención primaria; una preocupación que a medida que nos acercamos a Vallekas también se hace particular, por su singularidad, por su historia y por ser particularmente preocupante. Tirando de esta preocupación, tratando de entender sus raíces, de detectar dónde y cuándo empieza, es posible que lleguemos al momento de su propia concepción, al momento que sigue inmediatamente a su puesta en marcha, su T sub 0, con un modelo que nunca llegó a consolidar las premisas que articulaban su querer ser (Alma Ata & all of that)8. Sin querer banalizar la situación actual podríamos llegar a señalar la preocupación, lo no óptimo, como característica inherente a la atención primaria: nunca ha sido una estructura sólida y por lo tanto quizás no lo sea nunca y quizás eso sea interesante.

Al llegar a la consulta empezamos todas más o menos igual: abres el ordenador, le das a imprimir en tu agenda del día y escuchas cómo se pone en funcionamiento la impresora: una página, casi siempre dos, si son tres ya te da un escalofrío. Un listado de nombres, en columna, unos 30 por hoja, a un lado su número de teléfono y el tipo de visita concertada. Le echas un vistazo rápido, a ver qué nombres reconoces, si detectas alguna situación posiblemente más complicada y te lanzas a ello, un trozo de vida tras otro, cruzando los dedos de que nada demore demasiado los escasos minutos que puedes dedicar a cada uno, si es que logras llegar hasta el final. Antes de irme yo los solía contar, porque en el listado impreso no se numeran, un pequeño ritual funesto: 48, 49, 50, 51..

Una de las palabras que resuenan a la hora de nombrar el problema con la atención primaria es la lista. La lista fue el centro de la negociación de la movilización de médicas de AP que hubo en Madrid a finales de 2023. Tras 4 meses de huelga el acuerdo fue que la lista o “la agenda” no podía tener más de 34+4 ítems, en este caso personas: no se le podían agendar a las profesionales más de 34 visitas concertadas y 4 urgencias. Con ello se resolvía el problema de las agendas, se ponía solución a la lista: se le ponía tope.

La preocupación era el largo de la lista con el que se encontraban las trabajadoras del centro de salud, pero esos 34+4 son una ficción: la realidad, una de ellas, es que la lista se (re)produce a sí misma. El centro de salud se organiza en torno a un listado de consultas consecutivas individuales que se dan en una sala con una mesa, un ordenador y una camilla, una sala donde como mucho pueden entrar 3 personas, con roles estrictamente pre-establecidos: quien atiende y quien es atendide, quien sabe y quien no, quien da y quien recibe, quien administra un derecho y a quien se le reconoce ese derecho. Como variantes posibles la consulta puede darse por teléfono y en algunos casos puede ocurrir en el domicilio pero los roles permanecen inmóviles.

La lista acota lo que puede llegar a ocurrir en un centro de salud, así la lista define y pone límites sólidos a lo posible: al hueco de una lista no te metes con nadie más, no metes nada que sea largo de explicar, no metes nada que no puedas poner en palabras fácilmente, no metes nada que no puedas formular en clave de consulta, demanda, necesidad. En los huecos de la lista caben solo quienes tienen concedido el derecho a estar, y sólo demandas claras, concisas, tuyas o quizá de un familiar: una analítica, una receta, un lunar, una baja, una fiebre, una derivación, una tristeza. Es la única posibilidad de encuentro, si se consigue: un hueco en esa lista. Es un espacio tan acotado, que predefine lo que puede ocurrir de tal manera que se repite inagotable: aparecen muchas, muchísimas, todo el rato y nunca, nunca, nunca podrán abarcarlo todo. Una lista autoperpetuante ad. infinitum a la que se trata de poner tope: 34+4. La historia de pequeñas barreras que generan más barreras y más grandes, recuadros pequeños que necesitarán siempre de recuadros más grandes.

Ordenar todo el trabajo de un centro de salud en torno a huecos en las agendas de diferentes profesionales es en sí mismo, y al menos en gran parte, lo que genera el desborde, porque hay muchas cosas que no caben ahí. Genera una suerte de fuerza centrípeta por la que parece que la única solución sea abrir más huecos, y ahí queda la discusión, en dos dimensiones: listas cada vez más largas, o más listas más cortas, o menos listas más cortas, o listas con tope y luego volcados a otras listas, o “educar a la población” para que no pidan cita y así reducir la lista. Frente a este tira y afloja sobre lo largo de la lista hay otros gestos posibles, uno puede ser sacudirla un poco, hacer bailar la lista, otra es asomarse al borde.

Si se sacude o se hace bailar una lista, se hace posible poner en relación elementos comunes, identificar fenómenos colectivos; quizá es hacerla más ancha, con flechas que se extienden en horizontal y diagonal y en bucle. Hacerse cargo de lo que sucede, o lo que llega a una consulta, no quiere decir necesariamente resolver en ese espacio, quizás ni siquiera haga falta resolver. Quizá de la consulta hay que saltar a un tercer espacio, a otros encuentros y cruces. Quizá también haya cosas a sacar de la lista: atender no supone controlar y supervisar todo, seguramente en el baile hayan pasos por los que se construye vínculo y relación y otros pasos que suponen desprendimientos, quitarse prendas, abrir espacio, y así bailar más sueltas dejando márgen a lo insospechado.

Pienso en otras listas con las que trabajo en el cotidiano: la lista de la compra, son cosas que después mezclas: no te comes uno a uno cada ingrediente por separado, se mezclan, se cocinan y se comen juntas. O la lista de invitadas a una barbacoa, no hablas con cada una por separado, se conversa, se baila, presentas a amigas y, quizás, quien sabe, a futuras amantes.

Si algo nos ha dado la cota de 34 es que tiene más entidad el 35, los 35. El corte tienta a asomarse al borde de la lista, como si fuese un acantilado, asomarse para ver lo quedó fuera y lo que está fuera: asomarse es detectar las necesidades no cubiertas, colectivos excluidos, a lo que no se llega pero que tiene sentido y es urgente hacer caber. Pero también está lo que está fuera porque de otra manera no puede estar, y asomarse entonces es ir al encuentro, no con intención de incorporar sino para mezclarse, de manera que lo que ordena ese estar no es La AP sino lo impropio, lo impertinente, lo que está fuera de la práctica establecida, lo que permite por un momento romper los roles asignados y que hace posible que el centro de salud se deje instruir por el barrio, asomarse y ver las riquezas en los intercambios sociales de otro orden, asomarse al 35 y encontrarse entre otras, con la Villana.

Todo centro tiene sus márgenes y a medida que nos acercamos vemos que no son sólidos. Incluso los acantilados de roca más dura acaban esculpiéndose con la fuerza de algo tan maleable como el mar.

Esa preocupación, esa naturaleza no óptima del centro de salud tiene que ver con estar en un mundo no óptimo, tocando calle, abierto (en parte) a que entre la dificultad, pero también algo de la alegría y la belleza. Por eso es tan importante quedarse con la preocupación, evitar la tentación del cierre que la deja fuera. Tanto el baile como asomarse al borde son gestos-propuesta que apuntan a abrir la discusión sobre cómo se acompañan y construyen vínculos que producen salud, y bienestar, y goce, tocando calle; cómo generar un querer estar incontable que rompa definitivamente con el ritual funesto de enumerar los ítems de las listas. ¿Qué puede ocurrir si dejamos de pensar en los huecos de la lista como lo que articula, organiza, define y agota las posibilidades de lo que sucede en un centro de salud?

Si se limita la lista a 34+4 que sea para que quepan otras cosas. Que haga posible el contagio, de otras formas de mirar, de hacer, de festejar, de cuidar, otras formas de hablar y contar.

Antes de llegar a la sala paso por la villana, hoy hay una reunión del Colectivo Contrapuestas para discutir la estrategia para frenar la apertura de más casas de apuestas en el barrio. Desde el centro de salud se participa en la asamblea y se hace de puente con el CAD, hoy hay un taller para convertir las máquinas tragaperras intervenidas en carretillas y coches de carreras para el cole.

Otros saberes: “Hay que educar a la población. Hay que enseñarles a usar los servicios sanitarios, que sepan cuándo tienen que venir y cuándo no”. Este mensaje se repite en muchas reuniones profesionales en las que se trata de abordar cómo afrontar los problemas existentes en los centros de salud para dar una atención digna a vecinas y vecinos. Es un mantra que algunas personas repiten como si fuera un conjuro que pudiera solucionar mágicamente situaciones de abandono crónico por parte de los responsables de la gestión sanitaria. Sin embargo, no podemos decir que este mantra no tenga efectos. Los tiene, y muy perjudiciales, comenzando por el señalamiento como culpables del deterioro del sistema sanitario a quienes más necesitan que este funcione correctamente. Pero además refuerza otro aspecto al que se presta menos atención y que es fundamental si no queremos perder (más) pie en la Atención Primaria en salud: el no reconocimiento y la invisibilización de determinados saberes que son fundamentales para poder cuidar la salud. ¿Quién sabe y quién no sobre esta cuestión? ¿Qué conocimientos son válidos? ¿Quién enseña (o educa) a quién?9

Otro mantra que se repite frecuentemente es que los profesionales sanitarios debemos formarnos continuamente. Tenemos que estudiar día a día, actualizarnos para poder prestar una mejor atención. Pero, ¿formarnos en qué? ¿sobre qué cuestiones es prioritario organizarnos? ¿sobre la última indicación aprobada para un medicamento? ¿sobre los cambios en leyes que afectan directamente a la población que atendemos y que está demostrado que tienen un alto impacto en salud (vivienda, género, ingresos, etc.)?

La formación sanitaria está dominada por quienes más recursos invierten en ese campo: empresas farmacéuticas y tecnológicas. Una formación en la que se pueden encontrar herramientas muy útiles, pero que está determinada por los intereses de estos grupos. Es lógico que busquen sus propios intereses. Lo que no lo es tanto es que como profesionales no busquemos otras fuentes de formación e información. ¿No deberíamos acercarnos a los intereses de las personas que acuden a nuestras consultas? ¿Qué pasaría si ellas también nos formaran para tratar de responder mejor a sus necesidades?

De hecho, esto ya ocurre a poco que abramos los ojos y los oídos en las consultas o en las salas de espera. Las diferentes realidades del barrio se hacen presentes y nos ayudan a entender qué es la salud y cómo se articula de manera concreta en las vidas de quienes acuden. Y es que la salud no es una definición abstracta, sino algo que se construye y cuida día a día, en el contexto de cada persona.

Recientemente se ha publicado un estudio que demuestra que una relación a largo plazo entre médica/o y paciente tiene resultados mejores que prácticamente cualquier otra intervención sanitaria en cuanto a disminución de morbilidad y mortalidad10. ¿Por qué? Porque nos conocemos mejor: vamos aprendiendo mutuamente a lo largo del tiempo y nos formamos juntxs, no solo en torno a las necesidades o enfermedades, sino también en relación a las capacidades y recursos que cada cual aporta. Aprendemos así a escuchar mejor, a entender los significados que se dan a las palabras, a identificar las dificultades comunes que comparten muchas personas de las que acuden y los recursos que son más útiles para enfrentarlas.

Pero esto no es solo una cuestión de personas que se encuentran una a una. Una relación a largo plazo no es sólo con cada paciente, sino con el barrio en el que viven, sus diferentes realidades y agentes comunitarios, tanto individuales como colectivos. Esto permite comprender mejor los condicionantes que determinan la salud a nivel del territorio, el papel de las desigualdades existentes y también las iniciativas que hay para transformarlas.

Cada vez hay más evidencia sobre el peso que tienen las condiciones de vida en los procesos de salud y enfermedad. Y, sin embargo, sigue siendo un campo en el que la sensación es que nos falta formación, o que esta es demasiado abstracta y no da respuestas a cómo actuar en la práctica diaria. No hay recetas en este campo que puedan aplicarse de manera universal, desvinculada del territorio.

A nuestra formación le falta calle. Le falta barrio. Para la formación del personal sanitario es clave la continuidad a largo plazo en el territorio. Es la única manera que puede permitir no sólo conocer recursos y activos para la salud existentes en la zona, sino también vincular con ellos y con el tejido social existente. Conocer estos activos, en qué consisten y cómo funcionan, reconocer el valor que tienen y, al mismo tiempo, dejarse reconocer como parte de las redes comunitarias en continua construcción. La continuidad en el territorio es fundamental para entender cómo podemos actuar, y más allá de eso, quiénes somos y quiénes queremos ser junto a quienes lo habitan, dejándonos afectar por lo que les ocurre y atreviéndonos a dar un paso al frente en el cuidado y la lucha compartida por la salud de todas las personas que allí habitan. Eso que se ha llamado abogacía por la salud11, y que también debemos aprender a poner en práctica.

¿Quién se anima a seguir construyendo en común el Master en Salud Comunitaria del barrio de San Diego? Ahora que se suman nuevos actores, como la Villana de Vallekas, se multiplican las oportunidades. Menudo enredo… ¡pero de los buenos!

La calle, el centro de salud, el centro social, el espacio común, la casa otra… no porque no haya habitaciones, privacidad, singularidad, sino porque en ella “improvisamos la relación entre necesidad y libertad” (Harney): ¿qué fragilidades y qué recursos tenemos? ¿Cómo los conocemos? ¿Cómo y dónde organizamos el cuidado con ellos? Son preguntas sencillas, pero cuando nos las tomamos en serio, ocurre que algunas paredes se revelan muros que separan espacios, tiempos, deberes, saberes, lo que entra y no en la lista… Muros que colocan la necesidad en una categoría, la respuesta en otra, y que toman la relación entre ambas como dada – más o menos automática, más o menos maquínica, pero dada al fin y al cabo. Otra casa significa otras relaciones, configuraciones concretas entre personas, territorio, instituciones y espacios sociales preguntándose: ¿cómo nos hacemos responsables de las necesidades en situaciones de fragilidad, abrazando nuestra libertad como el primer recurso con el que contamos?

Otras relaciones: en este transitar lugares de vecina, activista, profesional y no, que permite la invención y experimentación de nuevas formas de cuidado, en la primavera de 2022 decidimos poner en marcha un grupo de transición al apoyo mutuo en el centro municipal de salud comunitaria (CMSc) de Puente de Vallecas. Un espacio público, cuyo mandato institucional es la promoción de la salud, que se abrió al barrio y a la posibilidad de que una vecina vallecana y villana, con experiencia de sufrimiento psíquico en primera persona, facilitase el grupo con apoyos de compañeras dentro y fuera del centro.

Este grupo está pensado por y para personas que experimentan lo que se ha dado en llamar “psicosis”, y que también podríamos describir como “experiencias psíquicas inusuales”. Compartir estas experiencias en un espacio seguro, donde no hay un rol de especialista o experto, donde todas las personas participantes lo son, hace que se generen lazos de mutuo apoyo, se recupere o afiance la confianza en los otros, se dé un sentido a estas experiencias trascendiendo el relato de la enfermedad “sobrevenida” y profundizando en la causas del sufrimiento. Causas relacionadas con las opresiones estructurales del sistema capitalista que sufrimos todes, de sexo, clase y raza pero que aparecen con mayor intensidad y frecuencia en estas personas y que se materializan en formas diversas de maltrato, precariedad, pobreza, abusos sexuales, soledad, abandono, adicciones…vivencias que suelen ser parte importante del contenido que se trata en los encuentros grupales y que tratamos de acompañar entre todes.

Entendemos la salud mental como un continuo en el cual nos movemos todes constantemente a lo largo de nuestras vidas, donde en un extremo estaría el bienestar total y en el otro, el sufrimiento extremo, que hoy día se suele etiquetar con un diagnóstico de trastorno mental grave. Algo que a primera vista pudiera parecer evidente, que es la necesidad de compartir y dar sentido a ese sufrimiento poniendo en común estrategias y herramientas que ayudan a reducirlo, es algo difícil de encontrar en las instituciones de cuidado de la salud mental de nuestros días. Un espacio seguro, sin juicios, sin violencias, donde prima la escucha y se busca la autonomía de cada quien para nombrarse, darse sentido, y reconectar con el deseo de hacer cosas para sí y para otres. Algo de sentido común en el espacio social y comunitario, una práctica inusual dentro del perímetro institucional.

Una parte importante de las personas participantes en el grupo provenían del Centro de Salud Mental (CSM) de Puente de Vallecas, y una de las razones que destacaban a la hora de analizar el porqué les gustaba el grupo tenía que ver precisamente con que no estaban en un recurso de la red de salud mental que les recordara que su lugar es distinto al de cualquier vecina.

Participando en el Grupo de Transición posibilitamos una transición de estas personas de los circuitos de institucionalización hacia el territorio comunitario, hacia la creación de una comunidad propia y/o interconectada con otros recursos, colectivos y personas no marcadas con el diagnóstico, abriendo las puertas para que habiten el barrio desde otro lugar, para que no se queden atrapadas en los circuitos cerrados de la atención a la salud mental cuyo único horizonte es la medicalización y la cronicidad. Prácticamente todas las participantes se vincularon a otros espacios del CMSc y del barrio al terminar el proceso, realizado en un espacio público desde un convencimiento político y activista.

El impacto radical que tuvo para las personas participantes y la necesidad de contar con recursos para sostener un espacio de cuidados frágil e importante nos llevó a intentar consolidar la experiencia en la institución municipal que acogió este primer grupo, y poder darle continuidad. Fue el propio equipo directivo del centro quien presentó una propuesta para realizar un contrato menor específico, que fue denegado sin mucha más explicación que la de considerar inapropiada la metodología.

Las tensiones y pugnas de poder del saber psi con otros saberes como aquellos que vienen de la experiencia propia, la dificultad institucional para comprender la complejidad del cuidado comunitario que nunca va a caber en una cartera de servicios y la dificultad para acoger lo inesperado que implica contaminarse de lo social son algunas de las hipótesis que pensamos que operaron este cierre.

Sin embargo, la potencia de los vínculos y la necesidad de espacios como éste, donde resisten estrategias de cuidados comunitarios, se cuidan los lazos vecinales y se cultiva el interés por los otros diferentes, nos llevaron a apostar por esta forma de trabajar y transportarla a la otra punta de la línea 1, donde el Centro de Salud Mental de Tetuán nos ha abierto sus puertas y dos años más tarde, estamos comenzando el segundo grupo de transición en ese barrio.

En este texto hemos participado ocho personas: todas hemos parado por La Villana de Federica Montseny, y además cada cual ha participado – algunas también juntas – en el Grupo de Afectadas por la Exclusión del INSS, en Yo Sí Sanidad Universal, en ATD Cuarto Mundo, en Entrar Afuera, en los centros de salud Vicente Soldevilla, Martínez de la Riva y Rafael Alberti de Vallecas, en el Centro de Salud Comunitaria de Puente de Vallecas, y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Traemos con nosotras una superposición de tiempos y espacios, de saberes, una cadena de deudas raras y celebradas, unas biografías colectivas muy abigarradas y cargadas… y esa emoción que da lo nuevo, que nunca es nuevo del todo, pero que sí es otro.

Una consulta sanitaria es una situación repleta de fragilidad, diferencia, desigualdad… Pero médica y paciente también os visteis el otro día, estuvisteis juntas, ahí, a 46 pasos, cocinando una paella deliciosa para 60 personas, jugando con les niñes, bailando…

Los Centros de Salud estamos participando en las mesas y espacios sociales de coordinación, pero molaria pensar cómo la ciudadanía podría participar en los centros de salud. Es un tema difícil por la rigidez de la institución y los miedos de los profesionales, pero se pueden explorar posibilidades.

Enhorabuena a La Villana por este paso hacia adelante.

1 Raunig, Gerald, 2022 (traducción de Raúl Sánchez Cedillo), DIVIDUM. Capitalismo maquínico y revolución molecular. Vol. 1. Málaga: Cactus y Subtextos.

2 Haraway, Donna, 2019 (traducción de Helen Torres), Seguir con el problema. Generar Parentesco en el Chthuluceno, Bilbao: Consonni.

3 Rotelli, Franco. Giovanna Gallio, Entrar Afuera, 2018, “Futuro anterior de la ciudad social: reflexiones desde la experiencia de atención sanitaria territorial en Trieste”, en Cuidado, comunidad y común: experiencias cooperativas en el sostenimiento de la vida, Cristina Vega Solís (ed. lit.) , Raquel Martínez Buján (ed. lit.), Myriam Paredes Chauca (ed. lit.), Madrid: Traficantes de Sueños.

4 Harney, Stefano & Fred Moten, 2013, The Undercommons. Fugitive Planning & Black Study. New York: Minor Compositions.

5 Lorey, Isabel, 2023 (traducción de Marta Malo de Molina), Democracia en presente, Málaga: Subtextos.

6 https://www.youtube.com/watch?v=IyygnQUSN4E

7 Turiel García, Irene, María Garrido Contreras, Isabella Kennedy, Jasmine Elsie Mcghie e Irene Rodríguez Newey, Junio 2023 y Julio-Agosto 2023, “La Primaria a través del espejo I y II”, Revista AFM, https://amf-semfyc.com/es/web/secciones/articulo-especial

8 La Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de Salud se celebró en la ciudad de Alma Ata (Kazajistán) del 6 al 12 de septiembre de 1978. La Declaración de Alma Ata, aprobada con un amplísimo consenso, es referencia para las personas que trabajan en la AP, también en el barrio de Vallecas. Se puede leer aquí: https://www3.paho.org/hq/dmdocuments/2012/Alma-Ata-1978Declaracion.pdf

9 De unos años a esta parte se viene hablando de la Injusticia Epistémica (es decir, la injusticia en relación a la construcción y reconocimiento de los saberes), y su efecto en el campo de la salud es muy importante y pocas veces reflexionado. Algunas notas sobre esto se recogen en https://misaludtusaludnuestrasalud.blogspot.com/2023/07/desigualdades-conocimiento-narrativas-y_18.html

10 Estudio: https://bjgp.org/content/72/715/e84, explicado acá: https://isanidad.com/195270/tener-durante-anos-mismo-medico-primaria-reduce-hasta-30-por-ciento-visitas-urgencias-ingresos-mortalidad/

11 https://revmgi.sld.cu/index.php/mgi/article/view/860/240

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